A mi en lo particular en mis últimas visitas a la capital del país, me llama mucho la atención viajar en metro. Me gusta entrar en ese agujero de hormigas humanas cuyas vidas están interrelacionadas por la necesidad de inmiscuirse en los viajes diarios de la vida...ah!
Se sabe demasiado a partir de la simple observación de las personas: Su vestimenta, su manera de hablar, de reír, de moverse, los objetos que traen consigo, la estación en la que suben o bajan. Con sólo mirar imaginas qué hace cada uno, de dónde viene, a qué se dedicará. Pero lo mejor es considerar la idea de que probablemente después de ese minúsculo contacto de miradas, breves palabras o gestos jamás volverás a cruzarte por la existencia de esas mismas personas. Es raro, improvisado, perecedero: Compartir un instante, una casi fugitiva coincidencia en el espacio y el tiempo.
Hay tal cantidad de detalles en el metro, que pudieras observar todo el día, pero especialmente me gusta observar rostros y miradas. Hay personas que se hablan con sólo observarse entre si...y se dicen muchas cosas mediante el contacto visual. Ojos de nadie, que van regando miradas como semillas. Gente que se sabe reír con los ojos y que habla con las manos. Miradas furtivas que caminan sigilosas y chocan con otras, que después de varios choques quizá generan una sonrisa y después muchas, de varios colores. Todo converge, en ese orden: a veces inicia en un vagón, para terminar en el andén, en un pasillo, al salir, como parte del carácter improvisado implícito. Pero es como un bocadillo emocional que no amarga. Usar la palabra "miradas" más de tres veces en este párrafo, ni siquiera parece un error, porque es de ese ingrediente que se tejen las ilusiones de un rato.
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