Me gustan los mensajes con sustancia. Las cartas que se escriben en más de dos páginas, mucho más las que se leen de un tirón los días de lluvia. Amo las que nacen del puño y letra, que se visten de timbres postales y que te hacen despertar corriendo al escuchar que pasa el cartero.
Me gustan las bandejas de entrada con algún mensaje personal, uno escrito para mi. Aunque breve, aunque ambiguo. Amo los que llegan cuando no los espero, porque son los que más necesito.
Sin embargo los que más amo, son los mensajes que vibran en la oscuridad. Aquellos que se anuncian con un leve sonido y el aroma de la expectativa. Si llegan puntuales dibujan sonrisas, si llegan inesperados provocan suspiros. Si llegan tardíos, corajes. Si tienen el remitente equivocado, decepción. Si llevan malas noticias, tristeza. Si vuelan de lejos, nostalgias. Si no hay saldo, les pongo alas, los soplo al viento...
A veces llegan. A veces no.
Pero siempre causan algo.
Y pensar que duramos años viviendo sin esto...
p.d. Hoy doce de junio de dos mil nueve a la una de la madrugada con veintisiete minutos todavía sigo pensando que eres la mejor ilusion caducada que he tenido en mi vida.