Alguna vez fui profesora. Alguna vez quizá vuelva a serlo. Es un oficio muy noble, gratificante, a veces complejo. Pero sobretodo es un oficio repleto de historias, anécdotas, cuentos y recuerdos para la posteridad. Esta noche les cuento una de tantas.
Xbyt tenía la mirada perdida y oía casi entre sueños los silenciosos consejos de su madre:
-Hijita, ya no lo hagas más…
Todas las mañanas Xbyt tenía los ojitos llenos de tristeza mientras sacaba varios pasadores de una caja verde para que su mamá la peinara. Aún recuerdo aquella cajita que se vaciaba por completo cada tercer día. Xbyt llegaba a clases y se ubicaba en los asientos de adelante, era de pocas palabras, siempre cumplía con sus tareas, tenía la mejor letra que yo había visto en mi vida. Xbyt siempre se enfermaba a la hora de salir a Educación Física, le gustaba dibujar a la hora del recreo y cuidaba con mucha devoción su peinado. Ella era mi mejor alumna y también la que yo más quería.
Sin embargo, Xbyt escondía un secreto entre las páginas de su libro de español de cuarto grado, y cada vez que hablaban de él su corazón latía agitado.
Una tarde de verano su cabello comenzó a caer. Xbyt estaba enferma.
Todos los sábados se adentraba en un pequeño mundo subterráneo, atravesaba todas las estaciones de la Línea dos del Metro, y bajaba en Tasqueña para ver a su médico. Xbyt le tenía miedo al dentista y a las vacunas, pero no a ese doctor, porque él siempre le decía en voz bajita:
-Xbyt, sonríe. Tienes la sonrisa más linda que yo he visto.
Una mañana el padre de Xbyt visitó a la Directora de la escuela y platicaron mucho rato en la dirección sobre los libros de español que se pierden y sobre las niñas que le tienen miedo a las maestras que gritan.
Su Maestra dejó de gritar. Su Médico le puso unas agujitas en los oídos y la Directora le regaló un libro nuevecito que sacó de la bodega de los libros sobrantes. Y entonces el cabello dejó de aparecer todas las mañanas regado en la almohada, en la colcha y hasta debajo de la cama y creció en la cabeza de Xbyt: ella jamás volvió a usar pasadores para cubrir su repentina calvicie.
Y yo pensé que se había curado. Pero no fue así. Aquello fue tan solo el principio. Guardé su secreto, dentro de esta cajita: